La atleta gallega, dominadora absoluta de la competencia, consiguió en Apeldoorn su tercer oro europeo con un salto de 14,37 metros. Un grito de victoria llena el pabellón, seguido de un aplauso que se convierte en silencio. El velódromo se detiene, todos lo miran. Solo una figura se destaca. Pim, pam, pum. Hop, jump, step. 14,20 metros. Una sonrisa cómplice. En su segundo intento, se define la discusión. En el quinto, por si acaso, el remate final. Mira hacia la grada: sus padres, su hija y su pareja, vestido como técnico, midiendo cada impulso, cada paso. Dedicatoria a la niña. 14,37 metros. Gira, brazo en alto, como un torero cuando el toro cede.
Ana Peleteiro, con sus largos calcetines negros hasta la rodilla. Siempre corriendo, saltando, triunfando. En las redes sociales, en la pista. Con la misma energía, tanto en Madrid como en Galicia, o en La Habana. Joven, audaz, mujer empoderada, madre enamorada. Siempre expresiva, alegre, con carácter. Africana, gallega, caribeña. Su estilo: cubano, polaco, soviético. Siempre admirada, siempre luchadora. Peleteiro o Peleteiro-Compaoré, un nombre que lleva con orgullo, con el apellido de su marido y entrenador.
«Ha sido muy difícil, la verdad. Este mes ha sido muy duro y los últimos días, especialmente, fueron muy complicados, con muchas decepciones personales y dolores físicos», comparte Peleteiro, con la voz quebrada por la emoción. «Pero volver y disfrutar tanto de la competencia, gestionarla bien como creo que lo he hecho, me hace sentir muy orgullosa. Además, quería que Benjamin mostrara que es un gran entrenador y que formamos un equipo fantástico». Mientras ella habla, unos metros más allá, Benjamin lleva a Lúa a comprar perritos calientes. Él se toma una cerveza, mientras su hija disfruta una salchicha. «Entiendo lo que dice Ana», comenta Benjamin. «Pero no necesito que me vean como bueno. Yo ya lo sé».
Mujeres poderosas. Minutos después, desde La Solana, Paula Sevilla, sembradora de rosas y azafranes, brilla en su semifinal de 400 metros (51,23 segundos), superando a la élite europea (salvo Femke Bol, quien observa desde las gradas). Hace un mes ni sabía que esta distancia existía, pero ahora gana siempre que corre. “Es lo único que sé hacer”, dice ingenua, antes de rectificar: «No creo que sea lo único que sé hacer, pero sí, sé correr, y voy por la calle libre. Mañana será más difícil, pero ya estoy en la final, y lucharé por lo que venga». Y ha ganado el respeto de figuras como Lieke Klaver y Lurdes Manuel Henriette Jaeger. Peleteiro la abraza, mientras Sevilla se siente feliz tras su segundo 400 metros del día, porque por fin, no ha tenido que vomitar antes de salir.
Ana Peleteiro es un símbolo de resiliencia, mucho antes de que esa palabra se usara para explicar cualquier proceso. En su vida y en la pista, ya lo era en 2021, cuando logró el bronce olímpico en Tokio con un impresionante récord nacional de 14,87 metros, o en Roma, donde ganó su primer título europeo al aire libre en 2022. También lo fue en Glasgow 2019, al ganar su primer oro europeo en pista cubierta, y nuevamente en Glasgow, cinco años después, ya siendo madre de Lúa, con la que celebró un bronce mundial. Ahora, en el velódromo transformado en pista de atletismo en Apeldoorn, a sus 29 años, renace, demuestra que sus decisiones, ya sean impulsivas o meditadas, siempre son acertadas.
No es el mejor momento para el triple salto, un año postolímpico donde muchos atletas aprovechan para descansar y recuperarse, pero Peleteiro siempre está allí. “He demostrado que soy perseverante y trabajadora, y que lucho hasta el último intento. Eso no significa que haya sido fácil. Cuanto más abierta está la competencia, más difícil se vuelve, pero nunca me he acomodado. Y no lo haré ahora”, asegura. En su sexto intento, la rumana Diana Ana Maria Ion hace un salto de 14,31 metros, casi igualando su marca, y Peleteiro, en un intento descontrolado, se tira a la arena solo para disfrutar del momento. El bronce fue para la finlandesa Senni Salminen (13,99 metros).
A pocos creían que Peleteiro volvería a saltar como las mejores después de ser madre, y menos aún cuando en agosto sufrió un amargo sexto puesto en los Juegos Olímpicos de París. En septiembre, anunció que dejaba su entrenamiento en Guadalajara para mudarse a su pueblo en Galicia, a Ribeira, donde su pareja y padre de Lúa, Benjamin Compaoré, un triplista francés, la entrenaría. «Siempre me he dejado llevar por el corazón», dijo entonces, buscando equilibrar su vida familiar y profesional. «Pero esta vez, lo pensé mucho más», reconoció.
Aunque la transición con su nuevo entrenador fue desafiante —con cambios de técnica y ajustes en su carrera—, la sabiduría de ambos les permitió encontrar el camino adecuado. «Todo ha mejorado. Nunca he tenido un día en el que haya retrocedido. Benjamin ha programado bien la temporada, siempre respetando los tiempos», afirma. «Estamos trabajando para saltar de forma más horizontal, mejorando la técnica para cuidar la salud y la longevidad».
Tras su victoria en Apeldoorn, Peleteiro se prepara para el Mundial de Pista Cubierta en Nanjing, China, donde las posibilidades de oro aumentan sin la presencia de Yulimar Rojas. Y los tambores del futuro suenan, con los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028 a la vista. «Tendré 32 años, y si tengo salud y ganas, ¿por qué no seguir?», se pregunta Peleteiro.